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martes, 23 de marzo de 2010

El Asalto

Rodolfo caminaba tranquilamente por la calle, el viento soplaba suavemente y le removía los cabellos, sentía como cada uno de sus cabellos se movían suavemente al compás de esa tersa brisa. La mañana era esplendida, no hacía ni frío ni calor. El cielo era azul; las nubes se movían lentamente a través del cielo como un helado en un cristal.

Rodolfo caminaba por esas calles que tan bien conocía, pero este día era especial, los pájaros trinaban a lo lejos, los jardines estaban frescos, la lluvia del día anterior había borrado toda la suciedad que se había acumulado a lo largo de los días, junto a él paso un muchacho que llevaba un balón de básquetbol, seguramente va al parque a jugar, es un día estupendo para jugar, pensó Rodolfo.

Caminaba parsimoniosamente, distraído gozando las sensaciones que le ofrecía el día, una suave melodía interna lo movía sin prisas, pero sin pausas. Por la acera de enfrente vio a un joven con malacara, sucio, con la ropa floja y sucia, definitivamente era un desacorde dentro de la melodía que llevaba en su interior, fue una estridencia en el entorno, se le veía ansioso, presuroso.

Rodolfo siguió su camino tranquilamente, respirando el olor de la tierra mojada, la frescura de la mañana, la luminosidad del cielo y la tranquilidad de las calles. De repente algo en su interior se prendió, como si un resorte hubiera activado una alarma contra incendios. Por su columna se sintió un escalofrío, y sus piernas actuaron en consecuencia, su subconsciente sintió peligro, acelero el paso, la melodía se estaba descomponiendo.

Antes de que fuera consiente de lo que su cuerpo hacia, sintió un tirón detrás de él, un brazo lo sujetaba por le cuello y algo le presionaba un costado, lo jalaban hacia un muro y no podía resistirse era demasiado tarde, lo estaban atacando. Lo único que atino a hacer fue a voltearse y ver a su agresor, al momento que alzaba las amanos en son de paz y decía:

--¡Qué pasa?

--Tu tranquilo carnal y no te va a pasar nada, haz como si platicamos—le contestó el hombre de piel oscura que acaba de ver unos instantes antes—cáete con la feria.

Turbado, aturdido y observando al agresor (desesperado con sus ropas antes blancas ahora grises por la suciedad, flojas, su piel parecía mas oscura de lo que era, o quizás si fuera así) metió la mano en su bolsillo y lo vacío entregándole  el poco dinero que traía consigo en ese momento. En la espalda sentía algo caliente que le incuba la zona renal.

El moreno tomo el dinero y exigió la cartera. Rápidamente Rodolfo obedeció, sus mente trabajaba lentamente, solo quería salvar la piel. La saco pero a ferrado a ella extrajo el poco dinero que en ella había, el moreno la quería toda, pero Rodolfo no la soltó se la mostró vacía y la regreso a su bolsillo. Comenzaba recurar el aliento, su presión arterial se normalizaba, las neuronas pensaban una posible fuga.

--¡El celular!

La voz le llego clara y firme. Su mano se detuvo sobre el aparato pero no se movió, en su lugar se movieron sus labios y su voz salió más firme de lo que Rodolfo hubiera pensado:

--No es mío es de mi Jefe. Me mata se lo pierdo, no seas mala onda.—dijo entre suplica, disculpa y defensa

El moreno vio a la cara, en su rostro se dibujo una mueca entre sorpresa y molestia. Pero insistió:

--El celular, tengo una navaja, no quieres acabar mal—aseveró el moreno algo tenso.

La mano de Rodolfo respondió como por arte de magia y el celular termino en las manos del ladrón. Pero sus labios seguían inquietos y las palabras brotaron de su garganta sin pensar, como si el bandido fuera un amigo de toda la vida le dijo:

--No mames, no seas ojete por lo menos dame el chip!

El ladrón abrió los ojos de una forma descomunal, sus oídos no daban crédito a lo que acaban de oír, ¡ese mozalbete estaba diciéndole que hacer!

--¿Qué dijiste?—cuestionó medio sorprendido, medio molesto.

Rodolfo comprendió que lo que acaba de hacer era un arma de doble filo, acaba de demostrar que no le tenía miedo y a la vez que se no era prudente enfadar al ladrón, pero sus de su boca salieron las palabras sin que las pudiera  detener:

--Que no seas gacho, dame aunque sea mi chip.
--Si te lo voy a dar—y con una velocidad fastuosa saco el chip, como si fuera lo más natural del mundo. Como si le quitara la cáscara a un cacahuate español. Una vez que estuvo fuera del celular lo lanzo a un lado. Levanto rápidamente la vista y le dijo:
--No vayas a gritar

Rodolfo sin poder responder, la voz se le había ido. No podía reproducir ni un sonido. El ladrón cual si estuviera en una competencia olímpica de carrera, puso los pies en polvorosa y doblo una esquina saliendo de la vista de Rodolfo. La mente de Rodolfo revoleteaba no acaba de captar exactamente lo que le había pasado, todo pasó tan rápido que aún en su espalda se podía sentir el paso de la adrenalina, sus piernas se sentían débiles pero en un momento se  restableció. Reanudó su marcha con una mezcla de emociones y sentimientos: la impotencia, el miedo, la adrenalina, le enojo, se acumulaban de golpe en su pecho y su espalda. Una vocecilla en su interior le decía: “Al menos no te pasó nada, hasta eso hay que agradecerle”.