¡Vacaciones! Después de tanto esperar estos preciados días están a la vuelta de la esquina. Todos están excitados con la euforia que da ese espíritu cálido de los asuetos laborales. Un grupo de amigos tuyos que les encanta salir a darle vuelo a la hilacha te han abordado para invitarte a un viaje fugaz a aquellas regiones donde el océano besa las costas. ¡Claro que no lo piensas dos veces!
“¿Cuándo salimos?” la pregunta sale de tus labios sin pensarlo.
“Mañana al alba” contesta el tipo moreno y alto que parece más un chimpancé gigante, que un miembro de la oficina. Tus ojos se abren tan grandes que parecen que se saldrán de sus orbitas, y pones cara de ¡¿qué?!
“Ya, no te apures, tienes alrededor de diez horas para que te prepares” contesta, otro de los afanosos miembros de la bolita, en plan de tranquilizarte.
“Está bien. ¿Pasan por mí?” respondes al tiempo que tu presión arterial recupera su cause normal.
“¡Claro!, faltaba más” dice una chica gordita que tiene un camioneta grande en la que caben todos.
Con gran algarabía se despiden, todos entusiasmados por el viaje.
El corazón te late a velocidades extremas, tienes que hacer un millar de cosas antes de salir hacia la salinidad de la costa. Entras a traspiés a tu departamento y el tufo a soledad te llega de golpe, pero no te deprime como en otras ocasiones. Mandas a volar los zapatos que te están matando. Con los pies desnudos recorres el departamento abriendo los closet, buscando todo aquello que te será útil para la aventura playera que se avecina. Mueves cajas empolvadas, grillos y arañas salen disparados de sus refugios, en que han vivido por generaciones. Remueves y remueves triques y cachivaches lanzándolos al suelo hasta que encuentras esos huaraches que hace casi un lustro que no usas. Corres a los cajones, y en las prisas te golpeas en el dedo pequeñito de de tu pie derecho, el dolor inunda tu sistema nervioso central, pegas un grito y una mentada de madre como una liberación de la tensión y dolor que el golpe te ha asestado. Te echas al suelo y te sobas, el dolor va pasando y la adrenalina va ganando terreno. Te levantas a continuar con tu afanosa búsqueda de esos trajes de baño que compraste en un arranque de compra compulsiva. Revuelves todo lo que hay en los cajones y encuentras tres trajes de baño que huelen a baúl viejo. ¡Jamás te los pondrás así! El destino está en tu contra, lo mismo que el tiempo, ahora tienes que lavar.
Cual torbellino lavas esas prendas mínimas y corres a la azotea a colgarlas para que estén listas para cuando el gallo decida que ya es hora de que emprendan el viaje. Los dejas en los lazos y bajas a sacar la mochila en que meterás tus garras y los artículos de higiene personal que se necesitarán. Guardas todo y pones el despertador a una hora tempranita.
Comes algo ligero y te lavas los dientes; te metes a las mantas de tu suave y deliciosa cama, ves un rato la televisión y nada te satisface; el cosquilleo en el vientre, provocado por la emoción, no te permite concentrarte en lo que la pantalla te muestra, le apagas y te decides dormir.
Tus sueños son intranquilos, das vueltas en cama con desesperación, el calor y la emoción no te permite dormir profundamente, te despiertas varias veces en la madrugada para ver la hora, no sea que el despertador decida hacer huelga y no suene y que te agarren en mundo de Morfeo cunado sea la hora de salir.
De repente el sonido del despertador retumba en tus oídos y de un salto sales de la cama, medio la tiendes, y te metes al baño, orinas liberando todo el líquido que se acumuló durante la noche. Te bañas con agua templada para no perder de golpe el dulce calor de la cama. Te vistes y cuando sales del baño, oyes que tocan a tu puerta, seguro que son tus amigotes, vas corriendo a abrir y efectivamente ahí estaban.
“Ya vámonos” te apresuran
“Esperen tengo que bajar unas ropas” les dices y subes de dos en dos los escalones que llevan a la azotea, ves el cielo aún con estrellas, matizándose de tonos morados y rosas; el sol se está quitando las lagañas. Llegas a tu mecate y tus ojos se abren como platos soperos, tus trapitos han desaparecido. ¡Qué clase de bestia maldita es capaz de robarse tus calzones y tus trajes de baño! Sólo te dejaron el más feo y pequeño de todos. Bajas con cara atónita tomas tus maletas
“Vámonos” balbuceas.
“Sale” grita uno de tus amigachos.
Entre risas y murmullos llegan a la camioneta vieja en que se transportaran, aun no puedes creer lo que te ha pasado. Subes a la roña de vehículo y un olor a plástico asoleado mezclado con polvo se te mete hasta lo más profundo de la nariz.
Arrancan y al ir avanzando el hambre te asalta y las tripas hacen una revolución lanzando un ruido tremendo, todos se ríen y te pasan un sándwich amalgamado a la servilleta de papel en lo envolvieron, que medio te comes al poder separarlos.
Entran a la carretera y entre chistes verdes, rojos, bromas, albures y demás anécdotas van avanzando, y las nauseas, que hace siglos no te daban ahora te llegan de golpe, quizás es el olor, o el de la camioneta, o las curvas, o todo junto. Intentas con gran voluntad detener el asalto, pero al final fracasas y sacas la cabeza por la ventanilla mostrando tu derrota, al volver dentro todos te ven y se ríen “Jajajajajajajajajaja, te ves como de caricatura” “Ya detén tus ojos, parecen canicas rodando”
Sigue el viaje y sientes que la piel se te pone pegajosa, el mar está cerca.
Llegan a la playa y buscan un hotel económico y sólo encuentran uno lleno de salitre y plantas pegadas a los muros.
“No importa, sólo vamos a dormir aquí” comenta el optimista del equipo.
¡Que consuelo! Entran a las habitaciones, que tienen algunos animalejos endémicos, el olor a humedad tan fuerte que sientes te impregnaras de él. Todos se cambian y salen a la playa con sus trajes de baño, algunos brillantes, otros claros y oscuros, sales y ves tu verdad estás prendas no ocultan nada, se ve tu color pálido tan característico entre tu raza (homo oficinales) se te ven las lonjas y la celulitas, amén de las estrías. ¡¿Por qué tenían que dejarte este ínfimo trapo?! Salen a caminar y ves esos cuerpos que semidesnudos que sí hacen ejercicio, apenándote del tuyo, pero te consuelas echándote un taco de ojo. Entras al mar y te pica la arena en la piel, el sol te quema, pero la alegría es enorme, a pesar de que e traje te ciña.
Una enorme ola te da un revolcón sacándote del mar como un escupitajo, en el trayecto te raspas una pierna y el lomo, te levantas y el calzón medio se te cayó dejando al descubierto una nalga más blanca que la leche. Cuando el sol está en un máximo esplendor haciéndote sudar y evaporando el sudor y la piel a la vez, el estómago clama por un poco de alimento; la sensación es generalizada y corren todos a una palapa donde vender los manjares culinarios propios de la costa.
Entre la algarabía de los amigazos se sientan a comer. La arena se te pega a la piel, los calzones los tienes con arena y te pica, pero primero comer que cualquier otra cosa. Comienzan a llegar los platillos, camarones, ceviche, hueva, pescado frito, cervezas, salsas. Cual marabuntas se acaban todo lo que les habían llevado. Se quedan charlando en una sobremesa de varias horas.
Corren a bañarse ya que el cuerpo les pica y se siente irritado. Al entrar a la habitación la frescura del espacio te alivia y hasta perdonas el olor a salitre. Cuando tu compañero (el simio) de habitación desocupa el sanitario, entras y los demonios atacan tu nariz, en medio de la peste dolorosamente te quietas el traje de baño tirando un poco de arena que se te metió, te ves en el espejo y ves que se te ha quedado marcado no solo por lo poco que te cubrió del sol sino por lo ceñido. Lo lavas y te lavas haciendo a un lado a una señora cucaracha que se pasea por tu costado, te lavas con cuidado la pierna raspada, te lavas el cabello sintiéndolo como si fuera de estropajo.
Sales con tu piel reseca y húmeda. Se reúnen en la terraza del hotel y deciden ir a jugar a la pequeña alberca que el hotel proporciona. Cuando el sol esta queriendo desaparecer del cielo se meten a la piscina, o tienes más opción que ponerte el ceñidor al que llamas bañador. Entras y el agua está helada, sucia, con mucho cloro y el fondo de pequeños mosaicos mal acomodados arañan tus pies. Juegan con una pelota, durando horas ganado a veces ellas, a veces ellos. Cuando salen de la alberca la piel está flácida y arrugada como si tuvieran unos ochenta años.
Salen a cenar alguna chuchearía y luego a bailar a una disco cercana. Llegan en la madrugada, extenuados y a dormir, sin importar los ácaros y el cebo de la cama. El simio ronca como una moto y a duras penas puedes dormir. Además la cama te pica, quizás tiene pulgas, chinches o sabrá dios que otra sabandija. La almohada huele a gasa de cabeza ¿cuándo habrá sido la últimas vez que cambiaron las ropas de cama? Ni cuenta te das cuando e duermes.
Después de tres días de juerga, es hora de volver se preparan a salir, y para despedirse de la costa se lanzan a una expedición gourmet, se comen todo lo que les ofrecen. Antes de dormir arreglas tus cosas para no andar a las carreras por la mañana, tu ropa se impregnado del olor de la playa y de la habitación.
Por la noche las tripas se sienten con una corriente de agua con burbujas adentro que apenas re deja dormir, el pánico de que te salga un pedo con caldo no te da libertad de echarte uno. No fue la calidad de la comida sino la cantidad. Sales de la cama y volviendo punto el asterisco entras al baño y al sentarte liberas tus intestinos con una sensación de placer y dolor.
Por la mañana salen y en la carretera te asaltan las ganas, pides que se paren para poder soltar lo que se quiere salir sin permiso. Se paran a un costad de un puente en construcción y sales corriendo a la vuelta de la construcción con un paso de premura una gran preocupación, en cuanto te sientes fuera de la mirada de tus amigos te bajas el pantalón y los calzones y liberas lo que te atormenta, en medio de fuertes sonoridades. Cuando tu alma vuelve al cuerpo abres los ojos y te quedas con una sensación de sorpresa y vergüenza ya que descubres que te fuiste a cagar enfrente de todos los trabajadores de la obra que estaban comiendo, te levantas diciendo “con permiso, perdón” y te vas como rayo a la camioneta y les dices “despeguen” en el camino les cuentas tu experiencia, todos se ríen.
Llegas a tu casa, con el cuerpo cansado, la pierna raspada, los ojos irritados, los pelos de estropajo, la piel reseca y el culo tallado de tanto limpiarte. Es bueno volver a casa, se necesitan vacaciones de las vacaciones.
0 comentarios:
Publicar un comentario