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sábado, 4 de junio de 2011

Guerra de comida

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—¿CÓMO INICIO ESTO?—se escuchó la fuerte voz de la maestra arpía de 3er grado.

Como por ensalmo el salón de clases quedo petrificado. Los gritos, las risas y los lonches dejaron de ser presentes. Todos los ojos estaban clavados en la furiosa mujerona que daba clases en el salón contiguo.

La verdad es que no recuerdo como comenzó todo, recuerdo estar en medio del desorden, los gritos y los refrigerios. Y claro el castigo que nos impusieron después: limpiar todo, y quedarnos todo el recreo haciendo planas de “No debemos jugar con la comida” o algo por el estilo.

El caso es que nuestra una anciana de cinco mil años de ojos pesados y caminar pausado, encorvada por los años le asaltaron ganas de ir al retrete. Puso unas indicaciones en el pizarrón y dijo con su voz rasposa y cadenciosa:

--Niños. Tengo que ausentarme por un momento, realicen los ejercicios de la pizarra. Regresando aclaro dudas—dadas las indicaciones tomó su bolsa y con su caminar pausado salió del salón.

Viejita

Todos cual las lacras que éramos, la seguimos con la vista. Susana que se sentaba cerca de la puerta se asomo para ver si ya se había ido. Algunos platicábamos, otros disque estaban haciendo los ejercicios cuando en realidad estaban rallando el pupitre.

José, el más viejo de todos se levanto desde su lugar en el fondo del salón y mientras se estiraba dijo lo bastante alto para que todos escucháramos:

--Hasta que se fue. Me estaba durmiendo.

Muchos nos reímos. Clara, la consentida de la maestra le espetó:

--Cállate, eres un tonto.

--¡¡¡Mejor cállate tú, cara de Peggy!!!—le dijo José

Ella lo fulminó con los ojos. A nadie sorprendían con sus pleitos eran la constante, así cada quien estaba en sus propias desobligaciones. Cuando en medio del pizarrón se impacto un enorme lonche de jamón, varios volteamos a ver que había golpeado y lo vimos, una parte hecha pedazos en el suelo, una rebanada de jitomate escurriendo por el verde del pizarrón barriendo con las blancas letras de gis. De pronto, alguien grito y un puño de ositos de goma volaron por los aires, ese era un pequeño ataque aéreo. Después todo fue una campal. Volaban proyectiles de lonche de un lado a otro del salón, caían en un lado y volaban de regreso, junto con borradores, gomitas, panes, botes con papeles y no recuerdo cuanto más.

Casi todos nos refugiábamos bajo nuestro pupitre, si llegaba a nuestra trinchera algún proyectil sin pensarlo dos veces lo lanzábamos, más o menos de la dirección de la que creíamos provenía. Gritos, risas, golpes sordos y no tan sordos de los proyectiles que volaban por los aires del salón, alguna queja de alguien que había recibido un proyectil directo en la espalda, brazo o cara. Las niñas gritaban con histeria y los niños disque como guerreros.

Proyectiles iban y venían, había quienes corrían a gatas por los pasillos, tratando de evitar un lonchazo, en busca de un lugar seguro. Cuanto duro la batalla que no daba cuartel ni definía a los amigos de los enemigos, no tengo la menor idea, el tiempo es relativo, lo que quizás fueron 5 ó 10 minutos nos parecieron horas. Entonces llegó la bomba atómica que paralizó todo, una potente voz que apagó los ánimos y congeló el ambiente:

—¿CÓMO INICIO ESTO?—se escuchó la fuerte voz de la maestra arpía de 3er grado.

MaestraEnojada

A que hora llegó, nadie lo sabe. El caso es que la guerra terminó en ese momento y las consecuencias vinieron después. Cuando llegó nuestra anciana maestra, y vio a la dragona de tercer grado poniendo paz. Se quedo parada en el umbral de la puerta. Entro y con su voz ronca dijo:

--Gracias Alicia. Niños me decepcionan. Espero que no vuelva a pasar—caminó pesadamente hasta su escritorio, mientras la dragona salía con su paso de general. Una vez instalada en su lugar la maestra dijo:

--¿Alguien tiene dudas?

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