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domingo, 22 de enero de 2012

La reliquia

El sol se filtraba entre los árboles, el viento soplaba como tenue brisa en su rostro. Las aves trinaban en las ramas de los árboles. Un pequeño arroyo corría a un costado del sendero con sus aguas cantarinas. El jóven se encontraba en un paseo que jamás olvidaría. De pronto se encontró con un saliente del camino, una que nunca antes había visto. Su curiosidad lo llevó a seguirla, había andado por ese bosque tantas veces y nunca había visto ese sendero.

Tras caminar por varios minutos a lo lejos pudo distinguir una pequeña casa de piedras blancas y troncos con techo de tejas rojas. Al rededor de la casa se veía un jardín y una hortaliza así como un pozo de piedra. Como los pies ya comenzaban dolerle por la caminata que había emprendido decidió llegar a la cas para pedir un poco de agua y descansar un momento y regresar. Al que el retorno le llevaría un buen rato, después de todo llegaría casi al atardecer.



Cuando llego a los linderos de la casa en el pozo se encontraba una mujer que sacaba agua con un cubo de madera. Una vez que saco el cubo el joven le pregunto de manera discreta tratando de no asustarla, ya que parecía que la mujer no lo había oído.


--Hola. Disculpe la molestía. He andado varias horas por el bosque y estoy cansado y sediento, ¿sería usted tan amable de darme un vaso de agua y permitirme reposar un poco en su jardín?

La mujer se volvió hacía el joven. Era una mujer alta, delgada, rubia, con su piel tersa y firme. Aparentaba ser joven, pero a la vez muy vieja. Una extraña mezcla de juventud y experiencia. De inocencia y sabiduria, de fuerza y delicadeza. Ella sonrió. Para nada parecía sorprendida o asustada. Con una voz suave y firme le respondió:

--Hola. Por supuesto, de hecho te esperaba. Bienvenido.


El joven puso cara de sorpresa. ¿Era posible que lo esperan en un lugar que el conocía? ¿Quién o qué era esa hermosa mujer? Ella como leyéndole el pensamiento dijo:


--No te asustes, soy una antigua hechicera, guardiana de un tesoro de tu familia. Sé quien eres tú, porque tienes una brillo especial que me lo dice. Yo cuido de un tesoro que por generaciones a  pertenecido a tu familia. Hemos cuidado a los hombres y mujeres de tu estirpe por generaciones y cuando llega el momento nos hacemos presentes para entregarles un gran tesoro.

Aunque la explicación le sonaba algo fantástica también le pareció real. La mujer tomo el cubo de agua y se encamino hacia la casa. En la entrada se volvió hacía el joven y le dijo.

--Ven conmigo, pasa.


El joven recorrió los pocos pasos hacia el dintel de la puerta y entro en la morada. Era un lugar confortable, sencillo y cálido. Había una chimenea encendida donde había una olla de la que salía el olor de un caldo. Había alrededor unas sillas de madera con cojines claros y mullidos. Un tapete. Un poco más allá una mesa rústica de madera con seis sillas de la misma madera. A su izquierda había una salita con una enorme ventna que daba al jardín donde había un gran librero y dos sillones. La mujer entro por un puerta un poco más adelante de la salita dejo el cubo y salió con vaso de agua. Se lo tendió al joven y le indicó con un gesto que la siguiera junto a la chimenea.


--Siéntate, descansa un poco--dijo mientras se acomodaba en uno de los sillones adyasentes a la chimenea y le indicaba el que estaba frente a ese.

El joven tomo un sorbo del agua, fresca y fría. Sintió como el líquido recorría su garganta.
--No entiendo eso del tesoro. ¿Cómo sabes que soy yo el indicado, que no te has equivocado?--preguntó el joven a la dama.

Ella sonrió y le dijo:

--Para mi brillas como gran luz. No hay forma de equivocarse--se levantó y le dijo suavemente--Sígueme, te llevaré a donde está el tesoro, una vez que lo veas sabrás que te pertenece.

--Este es tu tesoro. La espada fue forjada por hábiles herreros. Es poderosa y hermosa, artesanos joyeros incrustaron las piedras preciosas. En otros tiempos defendió a tu familia y fue muy apreciada. Por su parte el jarrón fue hecho por las manos de mujeres alfareras y pintado a mano con oro líquido, en el se han guardado secretos y esperanzas. Ambos son tuyos.--Dijo con su voz dulce y exótica.




--Son hermosos--balbuceó el joven--¿qué he de hacer con ellos?

--Excelente pregunta. Yo tengo la obligación de ofrecertelos y darte a elegir uno de ellos.

--¿Uno de los dos?, ¿No puedo quedarme con los dos?

--Por supuesto que sí. Ambos son tuyos. Pero, debes llevarlos a otro sitio. Al otro lado del bosque.

--¿Por qué?--preguntó confundido

--Porque es una prueba para demostrar que eres merecedor de tu tesoro. Toma tu tiempo y decide.

El joven observó ambos objetos en verdad eran obras de arte la espada transmitía poder y fortaleza, mientras que el jarrón era delicado y hermoso. No sabías si tomar ambos o sólo uno. Después de pensarlo un poco toma la espada y se volvió hacia la dama. 

--Me llevaré la espada.

Ella lo observo y asintió.  Sin decir nada lo condujo de vuelta a la casa y se dirigieron hacia el patio de atrás. Salieron por la cocina. Una vez afuera la dama le dijo.

--Sigue ese camino en medio del bosque te llevara con el futuro guardián.

--¿Cómo saber quién es?

--Lo sabrás en cuanto lo veas. Confía en tus instintos y escucha a tu conciencia.

El joven asintió. La mujer regreso dentro de la casa y unos momentos más salió con un pequeño fardo. 

--Aquí hay un poco de pan de frutas, un pequeño odre de agua, algo de carne seca y queso.-- y se lo entregó.

--Muchas gracias--se despidió y emprendió el camino.


Esa parte del bosque era más espesa, muy tupida de árboles pocos rayos de luz se filtraban entre las ramas de los árboles. El ambiente era fresco. Tras caminar un rato saco un trozo de pan y se lo comió. El bosque espesaba más y se enfriaba, afortunadamente el sendero era claro. Con el fardo en un hombro y la espada en la cintura caminaba observando el lugar.  En cierto momento un gran silencio lleno el ambiente, las aves habían callado, eso lo sobresaltó.  A la distancia escucho el galope de un caballo. Algo en su interior le advirtió que estaba en problemas. A la distancia pudo distinguir un caballo negro montado por un hombre robusto, vestido de oscuro. Apretó el paso no lejos de donde se encontraba el camino se curvaba y se perdía de vista, sería un buen lugar para ocultarse. Al llegar ahí, se metió en un hondonada y espero hasta oír al caballero pasar a toda prisa. Espero un momento en ese lugar hasta que se sintió seguro de salir.


Una vez que volvió al camino emprendió la marchas hacia ese lugar al que debía llegar. Un tramo adelante observo que algunas hierbas estaban rotas en un costado del camino, quizás el hombre de negro se había adentrado al bosque abriéndose camino por si mismo. Camino un rato más y volvió a oír el paso del caballo.  Se puso tensó y pegó carrera sabía que no podría esconderse está vez. Mientras corría escuchó como se acercaba el caballo, volvió y lo vio acercarse deprisa, se tiró al suelo cuando el caballero se acercó e intento tomarlo de sus ropas. Una vez el suelo se levanto desenfundo su espada. Era ahora o nunca para eso era una espada para defenderse. Al sacarla y ponerla en alto, la espada parecía nueva como si tuviera vida propia el caballero oscuro regresaba al galope y desenvaino la suya. El joven no se movía del camino estaba decidido a pelear. Se hizo a un lado y dio un tajo al caballo que relinchó y más adelante cayó con todo y caballero.  Su corazón palpitaba fuertemente, pero sus pies no se movían del suelo y sus manos sujetaban la empuñadura con determinación sus ojos no se apartaban del caballero de las ropas negras. Poco a poco el hombre se incorporó y busco su arma. Una vez que la encontró camino despacio hacia el joven. Su mirada era feroz, su cara inexpresiva, severa. Se dirigió lentamente hacia el joven. Su boca intento dibujar una sonrisa torva. El joven no quitaba los ojos de encima del hombre, se puso en tensión y listo para defenderse al mínimo ataque del hombre. Una vez que estuvieron cerca se observaron uno al otro y comenzó una cruenta batalla, los aceros chocaban y lanzaban chispas, mandobles de un lado, mientras el otro se cubría y respondía el ataque se fueron moviendo con cada embiste hasta que llegaron a un antiguo puente de piedra que cruzaba un perezoso río. Al llegar al punto más alto del puente ambos estaban sudados y respiraban fuerte. El duelo se mantuvo un poco más hasta que el joven con un impulso hizo tropezar al hombre de negro y cayó de espaldas en a orilla del puente y su espada cayó en el río. El joven puso la punta de su espada en la garganta del hombre que comenzó a moverse por la orilla del puente hasta quedar de nuevo de espaldas al camino por el que habían venido. El joven con determinación autoridad le espetó:

--Vete y no vuelvas nunca más

El hombre lo veía con mirada hostil, pero a la vez demostrando su derrota. Bajo la mirada y dio media vuelta y comenzó a andar de vuelta por donde venían, con paso lento, fuerte y decidido. El joven se quedó donde estaba observando al hombre alejarse, un gran orgullo lo inundaba, una seguridad y un aplomo se habían despertado dentro de él. Una vez que estuvo seguro que el hombre no volvería cruzó el puente y repostó, comió  un poco de carne tomo agua y lleno el odre en el río. 


Después emprendió su camino con determinación. Tras varias horas de camino distinguió en medio una torre y se encaminó hacia allá. Una vez que llegó ahí, recargado en un piedra fumando de una pipa se encontró con un anciano de barbas blancas y túnica blanca. Sus ojos parecían brillar. El joven lo vio y supo que ya había llegado. Se encaminó hacia el viejo que se enderezó y saludo con una voz seca y potente:



--Saludos, joven.

--Saludos, buen hombre. Le estaba buscando

El viejo sonrió y respondió;

--Yo te esperaba. Pasa--Dijo mientras abría la puerta de la torre.

Adentro el ambiente era cálido y seco. El joven se sintió reconfortado y cómodo. El anciano se dirigió un salón. Y ahí tomo asiento en una banca de madera, el joven se sentó en un taburete frente al viejo. El anciano, fumó de su pipa y dijo. 

--Qué bueno que llegas sano y salvo. Cuéntame como fue tu jornada.

El joven le refirió todo lo sucedido desde que dio con el camino extraño que lo llevó a la cabaña de la dama de blanco y el camino por el espeso bosque, su enfrentamiento con el hombre de negro. El anciano asentía y le hacía alguna que otra pregunta. Al finalizar su relato el anciano le sonreía. Se levantó y le dijo:

--Ahora es tiempo de poner a resguardo tu magnifica espada.

El joven asintió. Y siguió al hombre hasta las escaleras de caracol que ascendían por toda la torre al llegar uno de los pisos que hacía de biblioteca el joven observo una pared blanca y sin decir nada se encaminó hacia el muro y dijo:

--Creo que este el mejor lugar para ponerla.

El anciano asintió. El joven camino hacia la puerta, levantó la espada y la recargo en el muro. En ese momento la espada de sostuvo en el muro como si se hubiera pegado a éste. El anciano le tomo del hombro y le dijo:

--Joven amigo, ten presente que la espada siempre será tuya, cuando la necesites aquí estará.

El joven sonrió y agradeció al viejo. Regresaron al piso principal y ahí el joven vio que oscurecía, debía volver a casa. El viejo le llevo afuera y le dijo:

--A pocos pasos de aquí encontraras una cueva adentra ahí y al otro lado estarás de regreso en los linderos del bosque cerca de tu hogar. Suerte y  sigue adelante con valor.

El joven se despidió y se encaminó hacia donde le había indicado el viejo. Una vez que cruzó el  túnel se encontró muy cerca de casa. Vio el entorno henchido de orgullo y paz. Tomó su fardo y se dirigió a casa a descansar.

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