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lunes, 5 de julio de 2010

La prisión de la sombra

La casa tenía un jardín grande antes de entrar. Lo primero que se observa es una enorme ventana con los marcos de madera. La casa de fachada blanca con tejas sobra la ventana y al costado derecho, la puerta de gruesa madera con herrajes antiguos.

Tres escalones llevan a la puerta que abre suavemente para dar paso a un recibidor, con piso barro rojo, un escalón a la derecha lleva a una sala que da al ventanal de la entrada. Tiene una chimenea, estantes con libros y pequeñas esculturas. Los sillones son confortables y claros. A la izquierda hay una puerta que da al baño y a un costado unas escaleras que llevan a la segunda planta.

Adelante cuatro escondes llevan a otro descansillo que tiene una puerta a la izquierda una banca a la derecha coronada con un jardín iluminado por un domo, el jardín da también a la sala. A la derecha del descansillo se encuentra el comedor de madera tallada, que da al fondo un ventanal que da un patio con árboles. A la izquierda, se encuentra una cocina espaciosa.

Subimos a la segunda planta, al frente esta un barandal que da al jardín del descansillo de abajo. A la derecha sobre lo que es la sala hay una biblioteca. A la izquierda están los dormitorios.

Bajamos de nuevo hacia la puerta que esta frente a la banca del descansillo y abrimos la puerta que da a una alacena. A la derecha hay otra puerta que conduce al sótano. Bajamos los escalones de piedra recubiertos con madera, el lugar está polvoriento, hay muebles, libros, estantes con cajas. Al fondo hay un hogar con el fuego encendido que hace que el lugar sea cálido. A la derecha en un rincón hay unas rejas. Nos acercamos y a través de ellas podemos observar a un hombre extremadamente delgado, con los cabellos blancos, tirado en el piso, con una túnica azul claro. Lo observamos, está débil, cansado, levanta lentamente el rostro y vemos sus ojos cansados y cristalinos. Murmura algo ininteligible, cuando le preguntamos que porqué está ahí. Nos responde que por ser una carga, por ser torpe.

Por un momento, pensamos en sacarlo, pero rechazamos la idea, no porque represente un peligro, sino que se ve tan frágil que pensamos que si lo sacamos quizás no pueda afrontar los peligros del exterior, incluso que podría morir.

Parece que ve nuestras intenciones, y se arrastra hasta la reja. Y observa. Vemos la reja, pero no hay cerradura, no vemos la forma de sacarlo. Le comentamos que por el momento está seguro ahí, que tiene que recuperarse y que una vez que encontremos la forma de sacarlo lo haremos. Que debe ser paciente. Asiente y se recuesta.

Regresamos por donde llegamos y subimos lentamente los escalones volteando en dirección a donde está el viejo. Subimos con la duda de si es seguro para él sacarlo, cómo ayudarle a que sea fuerte, cómo abrir la prisión en la que se encuentra.

Subimos hasta a la biblioteca de la segunda planta y nos recostamos en un sillón y despertamos.

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