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martes, 12 de abril de 2011

El príncipe en la tierra de los gigantes

Babylon_Castles

Era un día soleado, el príncipe se encontraba jugando en los campos cercanos al palacio. Su traje azul y sus botas de cacería favoritas estaban llenas de lodo de los alrededores del río. Vio el cielo y supo que era hora de volver al palacio, la tarde comenzaba a caer. Corrió hasta un pequeño túmulo de piedras en las que había un pasaje secreto que llevaba al interior del palacio, recorrió el túnel y salió cerca de los graneros. Una vez dentro del llegó a donde estaban los sirvientes alimentando a los caballos, las vacas, gallinas, patos y conejos. Corrió hacia la cocina en la que había varios fuegos prendidos y olía a estofado, las mujeres de la cocina iban y venían a toda prisa. Tomó un bollo recién horneado de una canasta y se disponía a salir cuando se encontró de frente con el heraldo de sus padres, era un joven alto, delgado, de cabellos claros y ondulados hasta los hombros, de rostro serio y cara alargada.

--Su majestad, el rey, solícita la presencia de su ilustrísima en el salón del trono—dijo el heraldo sin rodeos—sería tan amable de acompañarme.

El príncipe sólo atino a asentir y seguir al joven hasta las enormes puertas del salón del trono. El heraldo lo anunció y las puertas se abrieron de par en par. El salón estaba adornado con grandes estandartes de colores y los nobles de la corte se encontraban reunidos. Al entrar el príncipe todos ojos se posaron en él. Al fondo del salón estaban sentados sus padres. Caminó hasta estar a su alcance y se inclinó en muestra de respeto. Se veían imponentes en sus tronos y con sus trajes de gala. El rey sonrió y le dijo:

--Hijo mío, en el reino existe una tradición ancestral, en la que todo príncipe debe ir, al cumplir tu edad, a la tierra de los gigantes y traer algo de ella.

--¿Qué cosa padre?

--Eso, es lago que tú debes averiguar por tu cuenta. Lo que te puedo decir es que hemos preparado todo para que zarpes mañana rumbo a aquella tierra

--No temas, hijo, todo saldrá bien, además el viaje no es muy largo y pronto estarás de regreso—apuntó la reina

--No temo madre, sólo que no sé que debo llevar para realizar mi encomienda.

--Lleva sólo que consideres necesario

Se inclinó y se retiro a arreglar su fardo y provisiones para el viaje que se avecinaba.

 

A la mañana siguiente, sus padres lo esperaban con un carruaje listo para llevarlo a los muelles de los que saldría la embarcación que lo llevaría a las costas de la tierra de los gigantes.

Una vez en el muelle, sus padres se despidieron de él. El príncipe estuvo en el barco y veía como trabajaban los marineros y cómo el capitán dirigía la embarcación, el movimiento cadencioso de las olas lo adormecían y por las noches le gustaba contemplar las estrellas en el firmamento. Al amanecer del segundo día el vigía gritó desde el mástil:

--Tieeeeerrraaaaa aa la viiiiiiiiiiiiiiissssssssssssttttttttttaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!

Todos se apresuraron a anclar y ya preparar una pequeña lancha en la que abordaron el príncipe, el capitán y 3 marineros más. Una vez en las costas, el capitán habló con el príncipe:

--Alteza, estaremos esperando por 3 días en el barco. Nuestras provisiones no nos permiten permanecer más días. Por lo que le suplicó que no tarde mucho más de esos días, de otro modo el regreso nos será más difícil. Cuando regrese prenda el faro que está en la costa para venir por usted.

--Por supuesto capitán, regresaré lo más pronto posible—respondió el príncipe

Vio como se alejaba la lancha rumbo al barco. Después con paso decidido se encamino hacía el interior de la tierra de los gigantes, avanzó por unos matorrales espesos, hasta que escuchó sus potentes voces, había varios gigantes por ahí cerca, se ocultó tras una piedra y los observó, y descubrió que eran como la gente de su reino, alegres, trabajadores y habladores, sólo que eran gigantes.

Como pudo se trepo a una enorme roca y desde ahí grito e hizo señales a los gigantes, varios de ellos se acercaron a él y lo vieron. Uno de ellos se se agacho y lo vio. Entonces, el príncipe le dijo que venía a su tierra en busca de algo, que no sabía que era, que tenía poco tiempo y ´necesitaba de su ayuda. Los gigantes le dijeron:

--Hace mucho que no recibamos visita de tu gente. Te ayudaremos.

Uno de ello lo llevó en la palma de su mano y los demás sugerían: “la playa, el bosque, los ruinas, las cuevas…” le dieron un recorrido por sus tierras y la invitaron de sus comidas. Al día siguiente uno de ellos le dijo:

--Es probable que lo buscas esté en el pequeño edificio, es muy pequeño para nosotros, pero no para ti. ¿Quisieras buscar ahí?

--Creo que es una buena idea—aceptó el príncipe.

Lo llevaron hasta un pequeño castillo de piedra en lo alto de un peñasco. Lo dejaron ahí y le dijo uno de ellos:

--Cuando te desocupes haz sonar la campana del campanario para saber que estás listo.

--De acuerdo.

Entro en el castillo,  dentro había una huerta y una fuentes y muchos cuartos llenos de objetos de todo tipo, armas, armaduras, ropajes, obras de arte, joyas, frascos con líquidos de colores, libros, pergaminos, etcétera. Recorrió una a una las salas hasta que en un estante lo vio, en medio de un globo terráqueo y un artefacto que no conocía estaba un libro de pastas azules y piedras preciosas en la pasta, el corazón del príncipe se acelero y supo en ese instante que ese era el objeto por el que había ido. La noche ya había caído y decidió dormir en el castillo. Por la mañana despertó y bebió de la fuente y comió de los árboles del castillo. Fue hasta la torre campanario e hizo teñir la campana. Una Gigante fue por él y le preguntó si ya había encontrado lo que buscaba. El príncipe le dijo que sí. Y le pidió que lo llevaran a la costa.

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Varios gigantes lo acompañaron hasta la costa y vieron como prendía el faro. A los pocos minutos llegaba la lancha con unos marineros para recoger al príncipe.

--Alteza, estamos listos para partir.

El príncipe se volvió hacia los gigantes y les dijo:

--Muchas gracias, sin su ayuda me hubiera resultado muy difícil lograr mi cometido.

--No fue nada. Buen viaje.

El príncipe abordo la nave y posteriormente se dirigieron hacia su reino. Cuando llegaron los esperaba un carruaje que los condujo hasta el palacio. Una vez ahí, el príncipe se dirigió hacia el salón del trono. Seguía estando de gala, los nobles lo veían con expectativa de saber que era lo que había traído de la tierra de los gigantes. El príncipe caminaba lentamente por el pasillo con el fardo que ocultaba lo que llevaba una vez que estuvo cerca del trono dijo:

--Padre, Madre. He hecho lo que se me pedía he ido hasta la tierra de los gigantes. Me han tratado bien y me han ayudado con mi encomienda. He traído lo que mi instinto me dijo era lo correcto, espero que sea lo que debía traer—En ese momento descubrió el libro dorado de piedras preciosas

--Muy bien hijo, ese es un tesoro invaluable—dijo la reina—especialmente, si tu sentiste que era lo adecuado. Felicidades.

--Así es hijo mío. Bien hecho. Toma tu tesoro y ve a tus aposentos a descansar.

El príncipe tomo su libro y subió a sus recamaras, y puso el libro en su escritorio. Y con curiosidad y orgullo lo comenzó a hojear por vez primera. Con la sensación de haber hecho algo importante.

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